El día ha amanecido grisáceo, triste. Llueve. Hace frío; el aire helado golpea mi cara cuando he abierto la ventana de mi habitación. Miro al cielo, y lo único que veo es más gris; parece que se me está cayendo todo encima. Agobiada, decido abrigarme y salir a la calle. Parezco una pobre loca; ni siquiera me he quitado el pijama. El abrigo va empapándose poco a poco de cada gota que cae; el viento hace imposible que el paraguas haga su efecto, y al final lo cierro. Estoy sola en la calle, ni los coches se han dignado a salir. Nadie diría que es el primer día de primavera. El frío va serenándome poco a poco, y por fin logro pensar. Me he acordado de ti, y de que es primavera. Me he acordado de todo lo que he sufrido, y de que me prometí que este año sería diferente. Con la mente clara veo que no ando del todo desencaminada. No lo he dicho, pero he conocido a alguien. En realidad le conocí hace ya algún tiempo, pero hasta hace relativamente poco no me había dado cuenta de lo importante que es. No puedo contar muchas cosas, pues sigue siendo un misterio. Callado, reservado... Ausente. Sobretodo ausente. Tampoco puedo explicar qué es lo que me gusta, pero a su manera me hace feliz. No es fácil; conmigo nunca lo es. Me he topado con una situación un tanto extraña, pero eso no cambia nada.
Calmada, con la sonrisa puesta, entro empapada en casa. Estoy tiritando, pero casi no siento el frío. Me doy un baño con agua muy caliente, y después tomo una taza de chocolate.
El día ha amanecido grisáceo, y llueve, pero ya no es triste.