domingo, 14 de febrero de 2010

15.02.10

Una vez más. Silencioso, no se deja ver hasta que ya es demasiado tarde. Nos promete la vida entera, y poco a poco va quitándonos trocitos de ella, siempre desde el más invisible anonimato. Nos regalamos a su compás pausado sin pensar en las posibles consecuencias, y sólo unas pocas veces al año recordamos su existencia. Siempre es el tiempo. Fracciones de segundo que nos muestran la felicidad más absoluta; la tristeza más desgarradora. Son momentos insignificantes los que dan bruscos cambios a nuestras vidas, pero acostumbrados a esperar cosas siempre más grandes, los ignoramos, sin siquiera darles la oportunidad de ser vistos.

Cuando menos te lo esperas, te ves con 25 años a las espaldas. 25 maravillosos años que parece que no has sabido aprovechar. 25 años empapándote de otras personas, de otras vivencias, de otras palabras. Momentos que cada noche, antes de dormir, repasas mentalmente por miedo a olvidarlos, a sabiendas de que ellos te olvidaron a ti casi en el mismo instante en el que pasaste por sus vidas. Aún así, los guardas como el mayor de tus tesoros. Aquella pulsera perdida en algún cajón; los cd's que ya no se oyen bien, pero que siguen teniendo su letra impresa; los peluches que te miran lastimosos desde tu cama; las cartas rebosantes de sentimientos contradictorios; las noches que se convirtieron en palabras. Sobretodo aquella noche: la que empecé a conocerme, la que terminó con una brusca despedida, la que parece que nunca existió, la que me destrozó la espalda y me dio la vida.

Pequeñas cosas, que hacen que la vida sea grande, y que siguen viniendo cada día, a darme las buenas noches, siempre acompañadas del tiempo, de 25 veces tiempo.

Feliz día mío a todos.

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